Predica la Palabra, aún Cuando Duela
NOTA: Este escrito es tomado con permiso de mi hermano y consiervo Pr. Pedro Pérez, España. Notas finales añadidas para contexto por Hno. Angel L Colón
PREDICA LA PALABRA… AUN CUANDO DUELA
“Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina.”
— 2 Timoteo 4:1-2
Hay un encargo que resuena como un trueno en el corazón de todo creyente llamado a ser fiel: “predica la Palabra”. No se nos encomendó una filosofía, ni una emoción, ni un mensaje adaptable al gusto de las masas. Se nos dió la Palabra eterna de Dios, viva, cortante y poderosa. En este encargo se nos encomendó predicarla cuando nos escuchen… y también cuando no.
En un mundo que rechaza la verdad, predicar fielmente no siempre será aplaudido. A veces significará lágrimas, abandono, incomprensión o soledad. Pero el encargo sigue siendo claro: “redarguye, reprende, exhorta… con paciencia y con doctrina”. El mensaje no cambia porque el público cambie (o porque los tiempos cambien). No suavizamos la espada del Espíritu, ni la enfundamos por temor al rechazo.
El que nos encomendó esta tarea no es un hombre… es el Juez de vivos y muertos. Predicar Su Palabra es hablar delante de Su trono. Callar por conveniencia es traicionar al que nos envió.
“Prefiero que me odien por proclamar la verdad, que me aplaudan mientras los conduzco al precipicio del error.”
— Pedro Pérez
¿Estoy predicando la Palabra… o simplemente diciendo lo que la gente quiere oír?
¿He dejado de exhortar por miedo al rechazo?
¿Qué pasaría si Cristo regresara hoy? ¿Me encontraría fiel a Su encargo?
Hablar de Dios (o de un dios) a todos le interesa, después de todo los Hindús, Musulmanes, Asiáticos y otros adoran a un dios. Pero cuando predicamos la Verdad de las Escrituras, cuando predicamos a Dios encarnado, el Hijo Jesucristo, quien vino, vivió en esta tierra 100% hombre y 100% Dios, fue crucificado por causa de la ira de Dios sobre nosotros a raíz de nuestro pecado, resucitó de entre los muertos y se sentó a la diestra del Padre… cuando predicamos a un mundo pecador que se complace y se goza en “la pasión de su carne, la pasión de sus ojos y la arrogancia de la vida” (1 Juan 2:16 NBLA)… ciertamente esto tendrá un costo.
Pero el Señor NO nos encomendó a callar, nos encomendó predicar. El nos hizo sus heraldos en esta tierra, un vocero que anuncia las buenas nuevas, pero que también señala el pecado. Somos un vocero que predica el amor y el perdón, pero que también señala el pecado que nos aleja, y más, nos separa del Dios eterno. Un vocero que vive lo que predica y no solo habla teología, filosofía o teorías. Somos el pueblo de Dios, en el lugar que Dios nos colocó y bajo las reglas y la bendición de Dios.
El llamado es claro: “ir y hacer discípulos…” No se trata de hacer cristianos o creyentes en un salvador. Se trata de hacer discípulos que puedan seguir a Su Señor, que puedan imitar a su Señor y que puedan traer a otros a los pies de su Salvador, quien es el Señor. Como dice Ray Ortlund en su escrito El Evangelio, libro de las 9Marcas de una iglesia saludable: “seamos un pueblo de Dios que cree una cultura del Evangelio tan grande que pueda sobre pasar la cultura descarriada que acarrea este mundo a la perdición”.
Señor Jesús,
hazme fiel a Tu Palabra, aunque el mundo me dé la espalda.
Dame valor para predicar cuando sea fácil y cuando sea duro.
Que mis labios nunca se callen mientras haya un alma que necesita Tu verdad.
Sella en mi corazón el peso eterno de esta encomienda,
y cuando termine mi carrera, que pueda decir: “no fui cobarde… fui fiel”.
En Tu glorioso nombre,
Amén.